Artículos y libros de Marco Coscione

Chile, Micro-historias

La micro pirata

Santiago de Chile, año 2009 

 

Un día cualquiera, con la excepción de que hacía mucho calor… mi mañana está marcada por la rutinaria vida del estudiante universitario en un mes de pruebas: siempre falta alguna hora de sueño, alguna página por leer, algún apunto por revisar. Ya no hay tiempo para cambiar las cosas…

Salgo de la estación del metro Irarrázaval y me esperan los rayos de un sol caliente, demasiado caliente. Por fin es verano, ¡pero pucha!, ni un poquito de brisa… Empiezo a soñar despierto. Mi mente y mis deseos fluyen entre playas caribeñas, sus palmeras, la arena blanca y las lánguidas aguas tibias, y fríos mares del Norte con sus locos hielos perennes. El blanco de la nieve refleja los rayos del sol… los parabrisas también. Mis ojos imaginan una roja puesta de sol y de repente una verde aurora boreal… sólo estoy soñando, y el semáforo me obliga una vez más a aterrizar. Rojo, verde. Ya puedo cruzar.

Ando un poco lento de reflejos, pero logro esquivar los peatones que llegan desde el otro lado. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué tanta frenesí? ¿Qué es lo que mueve a esta gente tan rápidamente y poco animosamente hacia su meta perdida? ¡Despierta Marco! Estás en Santiago y la respuesta es: el trabajo.

Mi cuerpo se confunde con los de otros jóvenes: altas y gordos, chasconas y pelados, bellas y feos. Carpeta en la mano, mochila en la espalda, los más asociales con sus audífonos último modelo y los lentes de sol. ¿En qué estarán pensando? ¿Qué estarán mirando? Normalmente me gusta desafiar las miradas de los demás, o quizás simplemente jugar a encontrarlas y dejarlas en un espacio temporal que tiene algo de romántico y algo de atrevido al mismo tiempo. Pero hoy ando medio cansado y mi mirada no sube más allá de las rodillas.

All Stars de miles colores, Adidas, Reebok y Puma de tobillo alto como en los ‘80, Hawaianas brasileñas (extraña combinación), sandalias de cuero, zapatillas de feria y naturalmente la diosa griega de la victoria, Nike, esponsorizando camino de las nuevas generaciones… ojala hacia el futuro. Blanco, rojo, amarillo, blanco con rosado. Negro. Negro. Interminables cordones negros suben casi hasta las rodillas, ahí empieza un abrigo de piel, negro, que esconde unos pantalones de cuero, negros. Todavía no me había adentrado en la observación de las piernas y de la zona inguinal, pero ese negro me llamó demasiado la atención.

Mis ojos suben, escaneando aquellas prendas tan… tan… invernales. Lo primero que pienso es ¿Cómo chucha puede soportar el calor? Pero la curiosidad es demasiada y la radiografía de aquel cuerpo desafiante sigue sin vergüenza. Camisa negra y un chaleco de piel, naturalmente negro. En las manos se nota algo raro: las mangas de la camisa terminan con una bordadura redundante, telas y diversas clases de hilo se juntan en un juego de círculos y rayas. Las uñas del caballero están pintadas… de negro. Por un momento pienso que el cansancio obligó mis ojos a cambiar el chip, y regresar a las viejas pelis en blanco y negro, pero un morado sombrero a tres puntas cierra el cuadro gótico al cual estaba asistiendo en mi rutinaria mañana de verano.

Nuestras miradas se cruzan, pero es solo un momento. La 506 acaba de llegar y todo el mundo se prepara para subir. Mientras estoy esperando mi turno, por fin recuerdo el nombre: Jack Sparrow. Así es. Jack Sparrow. El loco que acabo de ver se parece tremendamente a él. El bueno pirata malo o el malo pirata bueno de la trilogía “Piratas del Caribe”. ¿Se acuerdan de él? Sonrío, casi me río solo… ¡bip! Ya estoy adentro. Me muevo rápido hacia la parte trasera de la micro, como siempre la entrada está llena de gente. Con más dificultades esquivo los pasajeros que todavía están bajando. ¿Soy yo el que hoy va contra corriente? Atrás encuentro un rinconcito.

¡Permiso!”, una voz profunda y grave se escucha provenir desde la entrada. Será un vendedor, pienso, pero después no se escucha nada, nada de helados, nada de otros productos a los mejores precios. Pronto la misma voz se acerca, a veces va y a veces viene. Para acá y para allá. “Damas y caballeros, como se habrán dado cuenta, ya no existen los piratas de antaño. Yo soy uno de los pocos supervivientes”.

No me lo puedo creer, es él. De verdad era un traje de pirata entonces, de verdad es Jack. Sonrío. “Los piratas de hoy ya no respetan los códigos de honor, no respetan los mares y sus habitantes, no respetan su fuerza y su generosidad”. Todos los pasajeros están bastante sorprendidos por aquella presencia. Escuchar a un cantor o ver a un mimo quizás sea más común, pero el “arte pirata” no lo conocen. Para mí también es la primera vez. Pero Jack tiene talento, nadie habla, todo el mundo lo mira interesado, en riguroso silencio escucha e intenta descifrar los mensajes del “pirata bueno”.

Se han olvidado los buenos modales, la genuina sinceridad y el compromiso marinero con los cuales atacábamos los barcos y saqueábamos los puertos de los ricos y prepotentes reyes del mundo. Ahora, estos piratas están al servicio de los potentes. Llegan aquí y se roban todo, nos quitan todo y no nos dejan nada a cambio. Marcan indeleblemente nuestro futuro solo por su codicia irrefrenable. Ya no es tiempo para nosotros los piratas buenos”.

 

Pienso en el “Partido Pirata” sueco, joven y extraña conformación política cuyo objetivo principal es reformar el sistema del copyright y de las patentes, también para permitir un compartir libre y gratuito de las artes, de las culturas, de los conocimientos. Pienso en las palabras de Hernán, ex presidente del Sindicato de Cantores Urbanos de Chile, cuando me contaba que uno de los principales objetivos del sindicato es justamente llevar la música, la poesía o el teatro a los que no pueden permitirse comprar un CD, un libro o la entrada a un recital. Para estas personas el único “espacio público” donde compartir por lo menos dos horas de “no-trabajo” con los vecinos o los compañeros es la micro.

Jack salta de un lado a otro, de proa a popa. La micro es su galeón pirata, los hoyos y los lomos de toro de la calle también son parte de la escenografía y obligan la micro a reproducir el ritmo ondulatorio de las olas. Es un océano en plena tormenta tropical. Jack agarra la soga, y por suerte la curva no se lo lleva a la profundidad del abismo. Aplausos.

Como por la mayor parte de los artistas de las micros ha llegado el momento de las explicaciones. “Espero que les haya gustado esta pieza teatral… como algunos seguramente han podido intuir, los piratas malos son estas grandes transnacionales que están acabando con el planeta, el único que tenemos. Son las que nos roban el agua destruyendo glaciales y el ecosistema de los valles, son las que depredan nuestros bosques, plantan eucaliptos y construyen papeleras altamente contaminantes”. Escucho las dos chicas sentadas a mi lado, una de ella explica a la otra como los monocultivos afectan los terrenos, lo hablaban con el profesor de biología en la última clase. Desde el fondo de la micro un cabro grita“¡además cada eucalipto se toma 30 litros de agua al día!”. “Sí compadre”, responde Jack, “tení toda la razón. Pero allá en el norte como en el sur también hay piratas buenos, campesinos, pescadores, pueblos originarios que cotidianamente libran sus luchas en contra de este inmundo saqueo, en contra de estos grandes poderes que quieren manipularnos la vida, etiquetarla con sus marcas o patentarlas a su gusto. Y por estas razón los criminalizan, los tratan de terroristas y nos les dejan navegar en paz”.

 

Pienso en lo que los integrantes del Movimiento Sin Tierra brasileño llaman “biopiratería”: los investigadores de las transnacionales se infiltran en los pueblos originarios de la Amazonía como falsos misioneros o falsos científicos que van a investigar los efectos médicos de ciertas plantas medicinales que desde siempre los indígenas han utilizado como remedios a varias enfermedades. Roban saberes y conocimientos indígenas y los patentas como propios. Para después venderlos y lucrar.

 

Por este motivo yo me subo a las micros e intento entretenerles a Ustedes, los viajeros, pero al mismo tiempo quiero dejarles algo, un mensaje que Ustedes mismos puedan reproducir en sus lugares de trabajo, de estudio, en sus comunidades. Para poder cambiar este mundo y mejorarlo necesitamos el compromiso de todos, también de los artistas”.

 

Pienso en Jack Sparrow y en la tripulación del Perla Negra; pienso en cómo, en la última película, salvan sus vidas balanceando el barco y dándole una vuelta de 180 grados. Se salvan mirando al mismo mundo desde otra perspectiva, la opuesta, la otra. Ojala nosotros también pudiéramos invertir pronto la ruta. Cambiar nuestro destino y empezar a caminar o navegar de otra forma. Entender el funcionamiento de la verdadera brújula del tiempo y del espacio.

El joven pirata, con su traje de cuero bajo 32 grados de verano, nos lo recordó de esta manera: sus gestos, sus palabras, su actuación en el “galeón 506”, difícilmente podré olvidarlos. Quizás nos recuerden a todos que sí hay tiempo para poder actuar…