Artículos y libros de Marco Coscione

Decrecimiento, Participación, Sistema político, Sistema productivo

COVID-19, decrecimiento y un nuevo modelo de participación política.

COVID-19, decrecimiento y un nuevo modelo de participación política.

Marco Coscione

Llevo casi dos meses en aislamiento voluntario. En Chile nunca se ha declarado cuarentana nacional, tampoco en mi municipio hasta ahora; pero sí hay toque de queda entre las 22h00 y las 05h00. Tengo la suerte de poder seguir trabajando desde la casa, algo que no todos se pueden permitir.

Al estar más en casa, inevitablemente aumentó el tiempo que dedico a las redes sociales. En ellas, me sorprendió ver la cantidad de pequeños emprendimientos de delivery de comida preparada, frutas y verduras que han surgido a raíz de la contingencia sanitaria. Pequeños negocios han tenido que reinventarse, otros emprendedores han buscado nuevos nichos y empresas medianas como restaurantes, u otras que tuvieron que cerrar sus puertas, han buscado la manera de seguir activos y recibir ingresos de otras fuentes.

Sin embargo, no eligieron otro rubro, eligieron la cadena de abastecimiento de alimentos. Bienes necesarios que la población sí o sí va a necesitar. En los momentos de crisis parece que volvemos a enfocarnos en lo necesario y dejamos de gastar en lo superfluo: primero porque no hay manera de gastar en lo superfluo si hay toque te queda, casi todo está cerrado y nos quedamos en casa para evitar propagar el contagio; segundo porque realmente no lo necesito. ¿Hasta dónde nos llevará la reflexión sobre lo que realmente necesitamos?

Esta situación nos obliga nuevamente a atrevernos a repensar la producción, comercialización y consumo desde las necesidades y no desde lo superfluo, también en periodos de “normalidad”… o de calma aparente, ya que esta civilización nos está acostumbrando a pasar de una crisis a otra.

¿Por qué hay que hacerlo? Porque el planeta tiene límites y seguir explotando sus recursos como si fuéramos dueños de la naturaleza es demencia; somos parte de ella y de su ciclo de vida. Pensar en un crecimiento sin límites trajo consigo calentamiento global y cambios climáticos antropogénicos, es decir provocados por las actividades productivas y comerciales del ser humano. No es el clima que cambia solo, es nuestra civilización que está alterando los equilibrios atmosféricos y terrestres. Esta alteración provoca eventos climáticos extremos (inundaciones y sequías, fuertes lluvias y tornados), expansión de plagas a nuevas latitudes, deshielos, entre otros efectos negativos. Entonces, ¿cómo podemos pensar y actuar de otra forma?

1) Reflexionar sobre actividades productivas necesarias y superfluas puede parecer simple. Ejemplos: ¿Son realmente necesarios uno o dos autos por familia? ¿Qué necesidad hay de seguir promoviendo deportes contaminantes como automovilismo o motociclismo? ¿Qué sentido tiene el rally “París-Dakar” en el Cono Sur latinoamericano?

¿Por qué no reubicar el gasto en armamentos y ejércitos en servicios de salud en lugar de esperar que el Gobierno de China o los buenos empresarios chilenos donen ventiladores? ¿O en los servicios de emergencia para luchar contra los incendios?

¿Es de verdad necesario desplazarse para tener una reunión en otro lugar del país? La contingencia nos enseñó que el teletrabajo no es complicado y, sobre todo, sigue siendo bien productivo. Tomar un avión o un taxi para tener unas reuniones en otra región o comuna, ya no es tan necesario. ¿Es tan necesaria la moda, especialmente la moda de lujo? Miren las películas que describen escenarios futurísticos y pregúntense por qué todos están vestidos iguales o muy similares. ¿Por qué usar joyas? ¿Por qué poder elegir entre 3000 tipos de bebidas y no 300 o 30? ¿Por qué desear comer frutas y verduras que no sean de estación? ¿Por qué obligarnos a cambiar celular cada dos o tres años? ¿A quién le beneficia la obsolescencia programada?

Estas pocas preguntas nos llevan por lo menos a dos temas clave: el primero es que abandonar muchas actividades innecesarias significa priorizar, reubicar y reorganizar el sistema educativo y de formación profesional, el sistema productivo nacional y el empleo, algo que ya no puede responder a intereses privados, sino al bien común de una comunidad (no necesariamente delimitada por fronteras nacionales o subnacionales). Es la comunidad, y no el Mercado, que debe establecer las necesidades para su sostenibilidad y el bien común.

¿Qué actividades productivas son más necesarias que otras hoy día? El listado de actividades que cerraron por cuarentena, por ejemplo en países como Italia tan golpeado por la pandemia, nos puede dar una pista; sin embargo, establecerlas debe ser un proceso participativo y desde abajo, con herramientas similares a las que se usaron para los presupuestos participativos pero ahora imaginando escenarios “out of the box”. De manera general, podríamos decir que las que están relacionadas con la gestión del agua, la agricultura a pequeña escala y la pesca artesanal, las cadenas de suministro de alimentos (básicos y saludables), la gestión y valorización de los residuos, la producción y gestión de la energía, la conservación y sostenibilidad ambiental, la salud y la gestión de las emergencias, entre otras, son seguramente entre las más prioritarias.

El segundo tema clave es ponernos límites, una decisión que debe ser política y nacer de un consenso ciudadano educado e informado sobre alternativas posibles al sistema que estamos viviendo hoy. El COVID-19 nos enseñó a ponernos límites en la compra de bienes de primera necesidad como arroz, jabón o papel higiénico. En tiempos de “normalidad” poner estos límites sería tildado de “dictadura” y el consumidor se estaría preguntando: ¿Por qué no soy “libre” de comprar 10 jabones al día en el supermercado? Sin embargo, ponernos límites es necesario todos los días, no solo cuando estamos en crisis: ¿pueden imaginar un planeta de 8 mil millones de habitantes con un auto per cápita o donde cada ciudadano realiza mínimo dos o tres vuelos aéreos al año?

Cuando un río crece y se desborda, los que vivimos a su alrededor queremos que vuelva a su cauce (o sea dentro de sus límites naturales), manteniendo estable el ciclo de vida y sin dañar las fundamentas de lo que construimos; pero si seguimos deforestando y llenando de hormigón sus laderas volverá a desbordarse o, por el contrario, si seguimos desarrollando agricultura extensiva e intensiva, el río podría secarse completamente… escenarios opuestos pero de igual preocupación. Está claro que esta civilización, basada en el crecimiento económico, está viviendo por encima de sus límites, por eso necesitamos decrecer, volver al cauce natural, viendo el decrecimiento como algo positivo, no como un “crecimiento negativo”.

2) El crecimiento económico medido con el PIB no significa bienestar, más bien malestar o destrucción. Un simple ejemplo: si dejamos que un bosque nativo crezca de manera natural, y no “desarrollamos” la zona, no estamos generando ninguna actividad económica, no estamos generando empleo ni crecimiento económico. ¿Es malo? No, al contrario, es extremadamente bueno para los suelos, la naturaleza (de la cual somos parte) y el aire que respiramos. En general, para la sostenibilidad. En este caso, crecimiento económico significaría destrucción del bosque nativo, para después promover el desarrollo de la ganadería extensiva (nuestro actual modelo de consumo alimenticio), los monocultivos (de soya o maíz, por ejemplo, que en su gran mayoría siguen alimentando a los animales), la minería o las plantaciones de pinos o eucaliptos. Todas estas actividades generan ingresos monetarios de manera rápida, pero corrompen el equilibrio natural, hídrico y de los suelos, con graves consecuencias en los ecosistemas naturales, de los cuales somos parte.

La pérdida de biodiversidad, debida a las deforestaciones y los cambios en el uso de los suelos, está causando, además, la propagación de nuevos virus patógenos entre los seres humanos. Un virus que anteriormente solo se mantenían entre ciertos animales, puede llegar a pasar de una especie a otra (spillover), dando vida a un nuevo virus altamente contagioso para la nueva especie contagiada. ¿Les suena de algo?

Otro ejemplo de falso bienestar: si yo me alimento de manera sana, camino regularmente, tomo mucha agua y hago cierta actividad física, es muy probable que me enferme poco y no necesite comprar medicamentos o ir al médico. En este caso, no genero ninguna transacción monetaria que podría influir en el crecimiento del PIB de mi país. ¿Les suenan de algo las clínicas privadas que están reduciendo honorarios o despidiendo a ciertos profesionales porque en esta coyuntura se han reducido las personas que se atienden por otras patologías que no estén relacionadas con problemas respiratorios y, por esta razón, los ingresos de estas clínicas están bajando?

Esto significa que vivir sanos, en salud física y mental, no genera crecimiento económico; sin embargo, es tremendamente deseable que todo el mundo esté sano y que nadie vaya a la farmacia. Una vez más vemos que el crecimiento económico no es sinónimo de bienestar, sino todo lo contrario, de malestar. Si yo estoy mal, voy al médico y compro medicamentos… o sea influyo positivamente en el PIB; si estoy bien, no. Yo prefiero estar bien de salud y, por tanto, hacer decrecer el PIB en todo lo que está relacionado con la industria farmacéutica y de la salud.

3) Los ejemplos de este tipo son interminables y la mayoría conducen a otro elemento fundamental en nuestro proceso de repensar los límites y la sostenibilidad: la autoproducción y el autoconsumo. En este punto quiero enfocarme solo en la autoproducción de energía. Si cada hogar o empresa pudiera producir la energía que necesita a través de fuentes renovables, primero tendríamos una natural tendencia hacia la eficiencia y la baja en el consumo de energía (lo cual genera nuevamente decrecimiento del PIB) y, segundo, se podría darle la vuelta al sistema de gestión de la energía. Los consumidores (hogares o empresas), en lugar de tener un gasto en energía eléctrica, podrían estar produciendo más de lo que necesitan e inyectar lo que sobra al sistema público local, para alimentar el alumbrado público, por ejemplo, o simplemente para vender la energía producida a quién la necesite. Con más oferta de energía y ningún monopolio, su costo podría bajar. Todo esto ya existe en el mundo, no es fantasciencia; pero no predomina.

4) Esta manera de actuar, se basa en la necesaria desconcentración del poder económico, en la democratización de la producción, en la relocalización de los circuitos productivos y comerciales, y en la desurbanización. Es obvio que una capital de 7 millones de habitantes no puede subsistir solo con la electricidad autoproducida por hogares y empresas, pero con ella puede bajar profundamente su necesidad de enormes centrales eléctricas insostenibles (¡no más zonas de sacrificio!), y alimentarse de muchas pequeñas y medianas generadoras a partir de fuentes renovables. Es decir, tengamos muchas pymes y ninguna gran empresa de la cual depender todos. Esta desconcentración reduce, además, las desigualdades económicas.

5) La desconcentración del poder económico y la democratización de la producción necesitan al mismo tiempo la desconcentración del poder político y la democratización de la representación política; es decir, la democratización de la democracia. ¿Qué significa esto en pocas palabras? Significa pasar de la “partidocracia” que vivimos hoy a una verdadera democracia donde la ciudadanía protagoniza activamente la toma de decisiones y su ejecución. ¿Qué significa que la ciudadanía propone o ejecuta decisiones? Por ejemplo, que el Ministerio de Salud esté a cargo de un comité de representantes de los gremios y sindicatos de doctores/as, enfermeros/as y otro personal del sistema de salud público, que vive la salud pública diariamente. Y no a cargo de una persona (familia) con intereses en clínicas privadas o, simplemente, con ningún interés en hacer de la salud un derecho. Lo mismo podríamos contestar con respecto al Ministerio de Educación, o el Ministerio de Agricultura y Pesca, donde en el comité deberían estar representadas, sobre todo, las federaciones o confederaciones de pequeños y medianos agricultores, y de la pesca artesanal, y no por las grandes empresas exportadoras cuyos intereses hoy determinan las decisiones del establishment económico y político del país.

Una vez más, experiencias como éstas ya existen en el mundo, no es fantasciencia, pero no predominan. Lo que predomina es un sistema de partidos que los poderes económico-mediáticos nos venden como el mejor sistema de representación democrática y que, sin embargo, se ha traducido en la privatización de la política, donde cada partido representa a ciertas familias enriquecidas (económicamente o políticamente) que, con sus asesores y lobbistas, dictan las reglas y escriben leyes que aumentan las desigualdades y la explotación de los trabajadores y de la naturaleza, en búsqueda de mayor crecimiento económico y monetario particular, a cuesta del bien común.

En julio de 1981, en una entrevista de Eugenio Scalfari para el periódico italiano La Repubblica, Enrico Berlinguer, en aquel entonces secretario del Partido Comunista Italiano, lanzaba algunos mensajes claves que hoy siguen actuales: «Los partidos de hoy son sobre todo máquinas de poder y clientelares: escaso o mistificado conocimiento de la vida y de los problemas de la sociedad y de la gente; ideas, ideales, programas, sentimientos y pasión civiles nulos. Gestionan los más contradictorios y diferentes intereses, sin ninguna relación con las necesidades humanas y sin perseguir el bien común». Sus estructuras organizativas son la prueba de la abismal distancia con el pueblo, «son federaciones de facciones, cada una con su jefe y subjefe». Pero lo más problemático es que «han ocupado el Estado y todas sus instituciones, empezando por el Gobierno. Han ocupado las entidades locales, los bancos, las empresas públicas, los institutos culturales, los hospitales, las universidades, la televisión pública y los grandes periódicos».

Entonces, todas las acciones, que los políticos de partido de cualquier nivel están llamados a llevar a cabo, responden a la lógica y a los intereses del partido. Del resto, ¿a quién puede representar un diputado que hace más de veinte años está sentado en el Parlamento? ¿Puede representar a los ciudadanos que lo han votado o estará simplemente representando los intereses del partido y los suyos? Son las dudas que surgen espontáneas cuando un atento y activo ciudadano empieza a cuestionarse el sistema en el cual vive, se educa, trabaja, paga los impuestos, vota y al final, se espera, recibe una digna pensión por una vida de trabajo.

Para que las personas participen de la vida política barrial, comunitaria, municipal, regional de sus territorios, o nacional del país, debemos garantizar un salario mínimo digno incluso para todo tipo de desempleado, con condiciones que fomenten la búsqueda de empleo, pero que esta búsqueda no sea la principal y constante preocupación en la vida de las personas.

Por esta razón, una sociedad sostenible debe garantizar educación y salud públicas y de calidad para todos, dos sistemas no privatizados que no generan desigualdades, donde todos reciben de forma gratuita, por lo menos, la educación obligatoria y el servicio de emergencia; mientras que la educación universitaria, el servicio ambulatorio y de hospitalización, sean con un costo proporcional a los ingresos del hogar, si no pueden ser gratuitos. Además, una sociedad sostenible debe garantizar un verdadero sistema de pensiones basado en la solidaridad intergeneracional, no un sistema de fondos personales de inversión (¡no más AFP!).

Y finalmente hay que garantizar el suficiente tiempo libre para que la rutina de las personas no siga siendo solo casa-trabajo-deudas; sin tiempo libre y un salario mínimo garantizado para todos, nunca habrá participación ciudadana y política activa de gran parte de la población de un determinado territorio. Y no es una cuestión de presupuestos, sino de cambiar la balanza, los equilibrios, promoviendo que el proceso de toma de decisión se establezca cada vez más cercano a los ciudadanos (municipalidades), dejando al nivel nacional lo mínimo necesario: por ejemplo, la reorganización y planificación plurianual de la producción nacional (en base a las necesidades territoriales) o las relaciones internacionales.

Esta nueva pandemia planetaria evidenció lo que muchos movimientos socio-económicos globales, y políticos locales, están promoviendo hace mucho tiempo: 1) sistemas productivos y de consumos enfocados en las necesidades; 2) fomento a la producción local y nacional, y relocalización de los flujos comerciales; 3) globalización de los derechos y no de las desigualdades; 4) democracia real, participativa y protagónica, y no las falsas promesas de la partidocracia; 5) Límites claros, decrecimiento y sostenibilidad ambiental por un nuevo “CONvivir en armonía”; y todo esto transmitido por: 6) Medios de comunicación que respondan al bien común y no a intereses privados, con periodistas que investigan e informan sobre los hechos, más que vivir del sensacionalismo o el amarillismo.

¿Estamos listos para salirnos de la “caja negra” y apostar por otro objetivo que no sea el crecimiento?

  1. Felipe Díaz

    ¡genial! de los grandes aprendizajes que debemos hacer por esta pandemia es poner las claves para un mejor presente y futuro en marcha, con acciones radicalmente personales.

Dejar una respuesta